Nombrando a los muertos
Robin Reineke – Colibrí CHR "Missing Migrant Project"
Estela ha vivido en Estados Unidos hace ya varios años. Ella migró para poder tener un trabajo estable y poder apoyar a su hijo que dejó con sus abuelos en México, sin embargo, después de un tiempo no soportó estar lejos de su hijo y se devolvió por él. Estela contrató un coyote para que los llevara a Arizona con un grupo de migrantes, pero unos días después de iniciar el recorrido ella empezó a delirar a causa del calor. Su hijo luchó contra las personas que lo separaron de su madre cuando dejaron su cuerpo en el desierto. Solo tenía cinco años. Él me dijo que la cubrió con su chamarra antes de que la dejaran atrás.
Estela es una de las cerca de 1,500 personas desaparecidas cruzando el desierto para llegar a Arizona. Me acuerdo de sus zapatillas y de su camisa azul, sus aretes dorados y su vestido negro. Me acuerdo de su sonrisa. Éstas imágenes siempre están en mi cabeza cuando restos óseos de mujeres entre 20 y 30 años son encontrados, pues esto es más común de lo que se cree.
Miles de migrantes que vienen de México y Centroamérica han muerto a lo largo de la frontera México-Estadounidense en la última década, de los cuáles muchos siguen en tumbas anónimas aún sin identificar. Esta grave crisis humanitaria está aumentando a niveles realmente graves. En promedio 170 cuerpos son encontrados cada año en Arizona, un número que no ha disminuido en toda una década a pesar de la disminución general en el fenómeno de migración desde México.
Mientras que esto sucede, los decesos siguen en aumento en los condados fronterizos del sur de Texas con uno de estos pequeños condados recuperando 129 cuerpos en 2012. Los cuerpos están siendo enterrados, cremados o incluso lanzados al mar sin nombre alguno. Al mismo tiempo miles de familias como la de Estela siguen buscando desesperadamente a sus seres queridos.
El desierto siempre ha sido un lugar peligroso, sin embargo la frontera no lo era. Se volvió así después de firmar el acuerdo del TLC (tratado de libre comercio) y cuando las patrullas de control fronterizo eliminaron los pasos seguros hacia el país desde el sur. Actualmente el punto de entrada para miles de migrantes es a través del desierto, sin embargo ellos están muriendo camino al trabajo
Aún así, la impresionante pérdida de vidas en la frontera es solo una parte de la tragedia. Actualmente no hay un mecanismo organizado para identificar los muertos y de manera constante -en el lado equivocado del muro- las familias no cuentan con el apoyo para buscar a sus seres desaparecidos. Miles de cuerpos están siendo encontrados en suelo Estadounidense, mientras que miles de familias buscan desde afuera del país o a la sombra de los Estados Unidos a sus seres queridos.
En mis conversaciones con los familiares -en las cuáles yo soy una de las mas de veinte organizaciones que han contactado en la búsqueda por sus seres queridos-, cada vez que cuentan los dolorosos detalles sobre lo que ha pasado y las características íntimas de sus seres queridos; cada vez están reviviendo la intensa agonía que genera la incertidumbre de no saber. Solo contienen su respiración mientras esperan respuestas. Usualmente no reciben ninguna.
Familias como la de Estela te dirán, “siempre estamos pensando en ella”. Sus vidas están a la espera de algo, pues la experiencia de tener una persona desaparecida en la familia es increíblemente destructiva; es como si toda la familia se desapareciera.
La vida diaria se llena de culpa y miedo -que tal si está allá afuera?, en algún lugar del desierto?, perdida, sufriendo?
La hermana de Estela me dijo: “el único momento que me siento viva es cuando la estoy buscando. Es difícil comer, dormir. En mis sueños Estela me visita pidiendo ayuda, rogando por un poco de agua o comida”.
La hija de una mujer desparecida trató de suicidarse el año siguiente a la desaparición de su madre en el desierto. Otros han muerto por complicaciones de salud a causa del estrés que genera la desaparición.
Mientras tanto, los que examinan los cuerpos como el Doctor Anderson en el documental, ven esta situación todos los días: Una mujer joven, muerta a causa de las condiciones inclementes del lugar, muchas veces irreconocible debido al mismo calor que la mató. A menos que cargue una identificación -y aún así- el proceso de identificación puede tomar años. Es así como más de 800 muertos en el condado de Pima en Arizona están esperando ser devueltos a sus familias.
No hay un sistema centralizado ni base de datos completa, tampoco un programa de análisis de ADN integral y ni siquiera una entidad que cumpla con la tarea de repatriar a los muertos.
El trabajo se fragmenta entre diferentes jurisdicciones federales y locales que no comparten la información de manera consistente. Una familia que reporta un familiar desaparecido al condado de Webb en Texas, puede quedarse esperando por años porque el cuerpo pudo haber sido encontrado en el condado de Brooks, a solo dos condados de distancia. Ellos también podrían esperar por años, incluso así hayan reportado al condado correcto, pues su ser querido pudo haber sido encontrado como un esqueleto, imposible de identificar y sin suficiente materia para realizar una prueba de ADN.
Actualmente hay dos esfuerzos para asistir a las familias de los migrantes a repatriar sus cuerpos. El grupo Argentino de Antropología Forense a través del “Border Project” y el Centro de derechos Humanos Colibrí a través del “Missing Migrant Project”. Los dos están trabajando conjuntamente con representantes gubernamentales y de la sociedad civil para identificar los muertos. De igual manera, los dos proyectos tienen las mismas dificultades para realizar el trabajo a causa de los límites y las fronteras que se han construido en las mentes de aquellos que ostentan posiciones de poder.
En cierta manera, identificar los muertos se ha convertido en una tarea política.
Varias personas me preguntan como se siente ver un cadáver. Yo les digo que cuando uno ve a un muerto es inquietante porque te ves a ti mismo. Ves a un ser humano con dedos, labios, pestañas, pecas y cicatrices. Ves a alguien vulnerable, incapaz de hablar por sí misma o de cubrirse. Incapaz de explicarse. Te obsesionas porque ves tu futuro, el futuro de todo aquél que conoces. Entonces sientes que tienes una responsabilidad como una persona viva en representación del muerto.
Y sí, somos responsables de los muertos. Siempre serán “nuestros” sin importar de donde vengan o cómo hayan muerto. Somos seres humanos y las muertes son las nuestras. Estela es una de nosotros, y su hijo debería poder visitarla en su tumba y contarle a sus hijos lo que pasó con ella.
El pensamiento que sustenta una frontera tan mortal por tanto tiempo, nos perjudica. El pensamiento que explica éstas muertes como responsabilidad de "aquél que cruza”, nos perjudica. Pues es esa pequeña mentira una frontera también. Y en el fondo recorre la más peligrosa amenaza que la frontera nos muestra. La pérdida de nuestra humanidad.